Publicado por Roberto Mendoza en / 0 Comentarios
Estaba enamorado. Llevaba mucho tiempo sin saber nada de ella, pero seguía enamorado.
Los días habían transcurrido tristes, largos, tediosos, sin ganas. Ir al trabajo era una carga más. Últimamente cualquier cosa que hiciera se convertía en una carga más. Vagaba por su vida como si fuera un fantasma, fuera de sí, con el pensamiento fijo en ella casi todas las horas.
Recordaba los tiempos en que estuvieron juntos, el día en que se conocieron, las primeras citas, aquel día en el cine, ese concierto, los paseos por el Retiro, el momento en que la cogió la mano, el primer beso... el cielo.
Después su mente se iba directamente al final de todo: aquél fatídico día en que ella dio por finalizada la historia. Lo típico: no estaba segura, preferiría que fueran amigos, sentía algo muy especial por él, etc. Después, nada...
Al principio ella llamaba de vez en cuando, o le escribía algunas frías palabras, y eso le hacía mantener alguna esperanza en no sabía muy bien qué.
Alguna que otra vez se vieron, y aunque ella se mantenía distante, él quería ver en sus gestos y en sus palabras una remota posibilidad de volver a empezar de nuevo, y a eso se agarraba con todas sus fuerzas.
Pero ella desapareció.
Cuando se quiso dar cuenta, su relación se había reducido a la nada; no se veían, no se escribían, no se llamaban... sencillamente ella no quería dar señales de vida.
Mil veces estuvo tentado de llamarla, pero su timidez en algunos momentos, y el no querer parecer pesado en otros, le hacían desistir de tal propósito. Tan solo se le ocurrió pasar de vez en cuando por los sitios donde suponía que ella iba a estar, pero parecía como si la tierra se la hubiera tragado, no había señales de ella.
Así pues, él se acostumbró a vivir sin ella, aunque en el fondo aún seguía soñando con el día de su regreso.
Si hablaba de ella con sus amigos, todos la decían que la olvidara, que era una asquerosa, que se había reído de él, y cosas peores que le hacían sentirse bastante mal, por lo que se convirtió en tema tabú de sus conversaciones.
Pasado un tiempo, un domingo, cuando él estaba en casa tumbado con su soledad y sus recuerdos, sonó el teléfono.
- ¿Dígame?... Hola, qué sorpresa, cuánto tiempo... Italia, qué bonita debe ser... ¿Mañana? No, no tengo nada que hacer mañana, por la tarde, pensaba estar en casa escribiendo, pero podemos vernos, claro...
Inmediatamente después de colgar hizo otra llamada
- ¿Carlos? Hola, qué tal. Te llamaba porque no puedo ir mañana a tu cumpleaños, es que me ha surgido un compromiso familiar... Ya, lo siento, no sabes lo que me apetecía ir... bueno, ya me invitarás otro día.
Y así empezaron a verse de vez en cuando, luego más a menudo, y más tarde la historia tenía todos los visos de comenzar a ser como al principio.
Pero había algo en él que no terminaba de convencerle. Echaba de menos sus largos ratos en casa solo, recordándola y con lágrimas en los ojos.
Hasta que se dio cuenta que de quien realmente estaba enamorado era de su ausencia.